Los cuentos estimulan la fantasía y la imaginación de los niños y las niñas creando un abanico de posibilidades que abren su pequeña experiencia.
El cuento acercará a los alumnos y las alumnas a la lectura, un niño y una niña que se haya aficcionado desde pequeño o pequeña a los cuentos tendrá un mayor interés por descifrar lo que dicen los libros. De su entusiasmo y placer nacerá su amor por la Literatura.
Es muy importante contar cuentos a los niños y a las niñas desde muy temprana edad ya que:
- Se establece una buena relación afectiva entre padres, madres e hijos o hijas.
- Estimula el desarrollo de su incipiente lenguaje oral.
- Los niños y las niñas pueden leer las imágenes de un cuento, expresando lo que ve, interpretando los distintos elementos de las imágenes, haciendo hipótesis de lo que puede suceder después, etc. como paso previo a toda lectura comprensiva de un texto.
- Los niños y las niñas se identifican con los problemas de los personajes de los cuentos y encuentran en ellos la solución a sus conflictos.
- El relato de los cuentos favorece el conocimiento espacio-temporal, dónde sucede, en qué lugar, qué sucede antes, qué sucedes después, etc.
- En definitiva, escuchar, mirar, leer cuentos acercará al niño/a al lenguaje escrito.
La semillita dormida
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Había una vez una semillita que estaba bien dormidita dentro de su casita, su casita estaba bajo la tierra.
Un día llegó el sol y con sus bracitos tibios comenzó a hacerla cosquillas en la barriguita. -Despiértate dormilona- le decía, pero la semillita remolona no quería abrir su casita. El señor sol comenzó a calentarla más y más y de pronto la semillita estiró poquito a poco una patita, esa patita se llama raíz. Luego vino la señora lluvia y le mojo la carita con sus suaves gotitas. -¡Arriba, arriba hay que levantarse! – -Uuuuhaaaaahhh,uuu- bostezaba la semillita. Y poquito a poco fue estirando sus bracitos y rompiendo un poquito su casita fresquita. El señor sol y la señora lluvia la alentaban para que pronto saliera de debajo de la tierra y estiraba sus bracitos aún más. Una tortuga que pasaba por allí se sentó a esperar que la semillita apareciera. Total, ella no tenía mucha prisa… También vinieron algunas mariposas. De pronto, unos pequeñísimos brotecitos comenzaron a asomarse en la húmeda tierra. -¡Bienvenido!- le dijeron todos. -Ahora sí me puedo estirar bien-, dijo la semillita, y se estiró y se estiró como nosotros después de levantarnos de una linda siesta. A la semillita comenzaron a salirle unas verdes hojitas y por último, para recibir a la señora primavera que estaba por llegar, se vistió de hermosas flores de muchos colores. La tortuga y las mariposas aplaudían muy contentas y el señor sol y la señora lluvia sonreían muy satisfechos por haber ayudado a la semillita a crecer feliz. CUENTO: GIRASOL AL SOL (Stella Smania)
GIRASOL AL SOL :
Un día, a la orilla de un camino, nació un girasol. Se estaba desperezando, cuando un chaparrón cayó sobre su cabeza.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su mamá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho su papá.
-Mirarás siempre al sol -le había dicho abuela.
Así que el girasol pequeñito se puso a buscar el sol. El sol no estaba por acá ni por allá. El sol no estaba por ninguna parte.
En el cielo sólo había nubes gordas y espumosas. Pequeño girasol, se asustó un montón.
Entonces, agachó la cabeza, y así se quedó: quieto, tieso, triste, como un chico en penitencia.
Las gotas que caían de su cara a la tierra eran un poco lluvia y otro poco lágrimas.
Pequeño girasol no se movía, pero ¡cuántas ganas de mirar tenía!
Hasta que sintió que algo bajaba y subía por su tallo verde, saltaba entre sus pétalos amarillos. Uno sí...uno no...Uno sí..., se perdía entre sus semillas para volver a aparecer. Era una minúscula Vaquita de San Antonio la que lo recorría y le hacía cosquillas. Pequeño girasol no pudo aguantar y se puso a reír como loco.
Agitó sus rulos rubios para que la Vaquita de San Antonio se equivocara al saltar, hizo piruetas para que la Vaquita de San Antonio se deslizara por su cuerpo como por un tobogán.
Y jugando...jugando...se olvidó de estar triste.
Le crecieron las ganas de conocer el mundo, nuevo para él. Y lo miró todo. Miró al norte y al sur, al este y al oeste. Miró el campo, miró los árboles, miró las vacas con coplas aplaudidoras. Miró los alguaciles, miró las flores silvestres...
¡Qué hermoso es el mundo!, pensó pequeño girasol mientras hacía girar su cabeza como un trompo. Y curioseando, curioseando, se olvidó del sol.
A la mañana siguiente, cuando pequeño girasol había cumplido un día de vida, dejó de llover. Las nubes se disolvieron, el cielo se azuló, y el sol apareció y se puso a brillar muy orondo y muy redondo. Tenía mucho trabajo por hacer: secar los charcos uno por uno sin olvidarse de ninguno, las alas papel de seda de los alguaciles...
De repente, entre tanto trajín, descubrió a pequeño girasol a la orilla del camino. Al verlo, el sol se quedó patitieso de la sorpresa. Aquel girasol recién nacido se movía muy campante para todos lados. Reía con una Vaquita de San Antonio... y a él, ¡a él ni lo miraba!
-¡Eh, pequeño girasol! ¿Sabés quién soy?
-¿Usted?... ¡Ah, sí!... Usted debe ser... Ustedes es el señor sol.
-¿Nadie te dijo que debes mirarme y admirarme?
-Sí, sí. Mi mamá, mi papá, y mi abuela, también.
-Pues te ordeno que me mires in in me me dia dia ta ta men men te -tartamudeó el sol.
-Ya lo he mirado, señor sol. Usted es muy grandote... Muy brillante... Muy de todo... Pero ahora, si me disculpa, tengo que dejarlo porque he prometido hacerle una trenza entretejida al sauce chiquito.
El sol enmudeció de rabia. ¡Nunca había visto nada igual! ¡Ese girasol atrevido se negaba a hacer lo que tenía que hacer!
Se ve que el sol tenía un enojo enojado y enojoso, porque se puso rojo, cada vez más rojo, más rojo cada vez, hasta que le dio fiebre. ¡Qué ataque! Parecía a punto de reventar. Lanzaba resoplidos calientes como queriendo achicharrar la tierra.
Mientras tanto, pequeño girasol, que estaba de lo más entretenido con la trenza del sauce chiquito, no se dio cuenta de nada. Creyó que el verano estaba llegando de golpe.
-¿Quiere usted, señor sol, ayudarme con estas trenzas? -preguntó.
El sol se sorprendió con el pedido y pensó: ¡este pequeño girasol aparte de maleducado, pedigüeño! Y siguió pensando: pero también muy simpático (como yo). Curioso (como yo). Amarillo (como yo). Con pétalos como rayos (como yo). El sol, cuanto más pensaba, más se enfriaba, y cuanto más se enfriaba, más pensaba. Y así fue que, sin querer queriendo, empezó a sonreír, poquito a poco. Con disimulo.
Y todo el campo se puso tibio y dorado como corresponde a una mañana de primavera.
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